Allá en lo alto – en el mismo vértice donde se renuevan los azules y lilas de los cielos – se forjó una nueva leyenda.

Dice la fábula que desde la misma cuna del paraíso enviaron a una de sus criaturas con un extraordinario encargo: depositar en el silencio estrellado de un pequeña galaxia un mundo hecho de entramados de latidos y destellos; y que el propietario de cada uno de ellos es un corazón.

Que aunque todos ellos son libres para palpitar a su única manera, existen unas leyes ineludibles sin excepción para toda aquella pulsación que forme parte de tan fantástico sueño:

Cada corazón debe poseer el arte de trenzar y soltar a la vez.

De unir sin poseer. De sostener sin atrapar. De ofrecer sin invadir.

Ninguno debe ser tan altivo como para aislarse en soledad ni tan sumiso que precise de amarres.

La libertad es la bandera ondeante en lo alto de cada corazón.

Se trata de entretejer vidas tendiendo lazos sin nudos.

Así, con el pulsar acompasado de un puñado de corazones en armonía, se forman nuevos puntos de luz en las lejanas y más que afortunadas galaxias.

Y así es como según la leyenda nacen los mundos luminosos- aquellos que brillan con la luz propia de cada habitante- de las infinitas galaxias que pueblan los cielos.

Rosaana B.

 

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